El otro día una amiga me dijo que desde que me conoce hace listas para cada año. Me reí y le conté que la mía, la de 2017 había sido un fiasco. Si fiasco significa que todo lo que escribiste te salió al revés de lo que planeaste o no te salió...
Le conté que en mi 2017 hubo cien mil bifurcaciones y unos cuantos baches que aparecieron sin previo aviso. Que los pasé como pude, pero que los pasé. Que casi todo lo que planeé no se dio. Ni en el tiempo, ni en la forma que hubiera deseado. También le conté que cuando atravesé la frustración (la frustración, el enojo, la tristeza) de que los planes no iban a salir, una vez más, como lo había deseado; cuando finalmente solté mi final esperado, aparecieron nuevos planes. Esos que salen cuando estás mirando al piso, alicaída, con los hombros duros y las piernas quietas. Como si de Algún lado te hicieran un pss, pss, es por acá. Es por Acá. Entonces levantás la mirada, descreída, porque no sabés si es que te hablaron a vos o si te inventaste esas palabras que después vas a llamar intuición.
Levantás la cabeza, te peinás, erguís los hombros y te das cuenta que es a vos que te están hablando. Y que ahora, esos planes que escribiste, no se van a dar. Porque hay otros planes antes. Lo entendés y dejás que el enojo, que no es más que tristeza disfrazada, se vaya. Haga lugar.
A mi amiga le conté que este 2017 mis planes, esos que escribí, no se dieron. Pero que, a cambio, le dejaron lugar a nuevos planes que jamás (jamás de verdad)hubiera escrito ni pensado. Y que voy a seguir haciendo listas, pero con lápiz negro y una goma en mano. Por si una vez más tengo que cambiar de rumbo. Así no reniego tanto con la birome y dejo que haya espacio para lo que tenga que ser.
Hoy amanecí contenta. Profunda y contenta. Como ese pájaro minúsculo en ese atardecer de hace unos días en casa.
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