Irse a la banquina


Las banquinas siempre me quitaron un poco el sueño. Cuando viajábamos en moto con Nico yo no era la encargada de mirar el camino que había adelante. Me hacía doler el cuello mirar para adelante. Miraba para los costados. Con la máquina colgada al cuello, sacaba fotos de todo lo que pasaba al borde de la ruta. A veces andábamos en medio de montañas donde aparecían paredones que parecía que nos iban a tragar mientras pasábamos. Otras, por desiertos donde el viento asustaba más que cualquier montaña. Y otros tantos  miles de kilómetros los andábamos por lugares donde lo más lindo que tenían eran las banquinas. Donde aparecían flores que si alguien las hubiera plantado, seguramente no crecían. 






Había caballos, ovejas, cabras que parecían no tener dueños. O  cascadas y brotes de agua en medio de la nada. Todo eso pasaba a los costados del camino. Yo miraba al costado mientras Nico miraba al frente. Él manejaba y yo elegía el punto siguiente para frenar a descansar o ajustar alforjas.






Siempre tuve curiosidad por mirar qué pasaba ahí, donde nadie transita. Donde se esconden flores, frutos, cultivos. Hace poco pinchamos goma y mientras Nico la cambiaba, nos sentamos con las chicas al costado y encontramos plantas de hinojo. A ellas también les gusta. Las miran. Me piden que frenemos a buscar las flores violetas, las amarillas o las manzanillas. En el último viaje que hicimos solos en moto, nos sentamos abajo de un árbol y lo único que había alrededor era romero silvestre. ¡En casa nunca logro que me crezca tan grande como en aquel lugar seco, caluroso y árido!




Cuando nos vinimos a vivir acá las banquinas cobraron otra dimensión. Andar más tiempo en la ruta me obliga a mirar cómo están las bordes, además de si tienen flores silvestres. Nunca se sabe si un auto te va a tirar a un costado. Si vas a tener espacio para pasar un camión. Si hay algún animal suelto. O si van a tener demasiada agua después de una tormenta.

"Te fuiste a la banquina", te dicen cuando dijiste algo fuera de lugar. Algún pequeño desliz. Está bueno, pienso, cada tanto "irse a la banquina". No porque hayas tenido un pequeño desliz (o sí). Sí, porque a veces, en esos lugares menos pensados, donde pocos transitan, y donde todo pareciera "crecer al azar" se suelen encontrar cosas más lindas que en las del camino pautado.

¡Buen fin de semana para todos!







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POR QUÉ ESCRIBO

POR QUÉ ESCRIBO
Porque hace bien al Alma. Porque sana. Porque me ayuda a no olvidar. Porque me ayuda a recordar. Porque a veces la gente no encuentra el orden exacto de las palabras y yo sí. Porque no siempre sé decir en voz alta. Porque me deja volar un rato y salirme del día a día. Porque algún día mis hijas van a aprender a leer. Y otro día, a escribir. Y van a ser ellas las voces detrás de este teclado y los ojos que van a mirar lo que yo algún día vi.

DETRÁS DEL LENTE

DETRÁS DEL LENTE
Todas las fotos que ven en mi blog las saco yo. Muchas las saqué con mi Cannon G10, máquina que amé y sigo amando, pero ¡ya llegó a su máximo de cliks! Me acompañó desde 2009 hasta el año pasado, que pidió un cambio. Viajó por Tailandia y por Chile; disfrutó de los mejores veranos en la playa en familia; fue testigo de nuestros miles de kilómetros en moto; nos acompañó bajando montañas de nieve; pudo ver cómo nuestra vida en el campo se fue transformando día a día; vio crecer a nuestros perros; retrató las primeras sonrisas de mis hijas. En 2015 pidió un cambio así que, por esas cosas que tiene el azar, Tere, mi íntima amiga, me vendió su Nikon 3500. Todavía no le tengo el aprecio que le tuve a la Cannon (siempre recomendaría esta máquina porque es semi profesional. Me sirvió mucho para vender fotos en las notas que me han publicado). Las demás fotos las saco (y saqué) con el Iphone 6.

ALGO DE MI

ALGO DE MI
Soy una mezcla de todo. Fui charlista de cenáculos, atleta federada, secretaria ejecutiva. Recorrí más de 5.000 kilómetros en moto por el mundo y saqué cientos de fotos desde el asiento de atrás. Caminé con górilas en Ruanda y fui pasante en Para Tí. Viví algunos días en el monte formoseño y otros tanto, en la clínica La Prairie. Soy periodista de profesión, y comunicadora, de vocación. Leí la saga completa de Harry Potter y nunca entendí a Cortázar. Tengo una huerta en mi casa y me gusta cocinar. Soy amiga, esposa, hija, hermana y madre dos niñas que me dieron vuelta el mundo. Tengo 34 años y sigo usando All Stars.