Mi huerta de diciembre es un desastre. Listo, lo dije. Estoy intentando revertir la situación, pero ella, como fin de año, se me vino encima. Primero las lluvias incesantes, después las plagas de verano, y ahora la seca que, gracias a Dios, nos dio un alivio grande ayer. Las boisanberries explotaron en frutos y ahora que ya les pasó la hora, solo quedaron con sus ramas vacías. Las lechugas, que dan tanto verde a mi invierno, están pidiendo auxilio a gritos, con un gusto más amargo que el mate que me estoy tomando hoy.
Los tomates son las únicas divas de ese espacio que hace semanas miro y me hace acordar a cuando abro mis roperos y por adentro pienso: "Mañana ordeno". Bueno, el "mañana ordeno" en mi huerta me está saliendo carísimo. El jueves me quedé con la espalda dura, las manos llenas de cayos y las uñas negras como un carbón después de empezar a tomar cartas en el asunto. "¿Esto es tu huerta?", me dijeron unos amigos que vinieron a casa la semana pasada. Cuac. Empecé a dar explicaciones como si me estuvieran retando en el colegio porque no había hechos los deberes. Que la lluvia, que la seca, que las pestes, que las chicas, que los viajes…
Esta es parte de mi huerta orgánica. Al fondo se ven las boisanberries que ya dieron sus frutos. Hay mostazas en semillas, hay escabiosas, hay dos berenjenales, albahacas y algunas lechugas. Todo, debajo de ese yuyerío y de la paja que intenta frenar el descontrol. De este lado de la foto están las tomateras.
Toma tiempo tener una huerta. Lo vale, pero toma mucho tiempo. A mi me toma un poco más que tiempo, no sé por qué. Como si estuviera dejando de lado a "alguien" que me importa. Pienso en los años anteriores y es cierto que en esta época me suele pasar esto. Llámese clima, llámese tiempo, llámese fin de año, mi huerta en diciembre no es tan linda como quisiera. Ni da tantos frutos como en otros lados. Febrero suele llegar con más alivio, con el color de las berenjenas, los morrones apareciendo entre hojas verdes y los tomates rojos que rompen las ramas con sus colores estridentes.
Hay dos cosas que me enseña mi huerta de diciembre: hay momentos para dar frutos y hay otros en los que solamente hay que dejar reposar la tierra un poco más. Y, como con mis roperos, quizás sea preferible ir ordenando todos los días un poco, antes de que los yuyos se encarguen de ser los amos y dueños del lugar.
¡Buen martes para todos! Con la espalda cansada y con las manos ampolladas, de a poco estoy intentando alistar la huerta para enfrentar el verano áspero de zona oeste. Será cuestión de no hacerme mala sangre, también, cuando las cosas no funcionan como en las fotos de los libros. ¿Alguien del otro lado que sufra el mismo desencanto con su huerta en esta época del año?
Etiquetas:
TEJER RAICES
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios :
Publicar un comentario