Costó arrancar este lunes. Con la noche todavía en la ventana y el frío metido en mi cuarto, sonó la alarma para despertarla a Mila. "Que amanezca de buen humor", pedí como una súplica silenciosa este lunes de otoño. Mis pedidos fueron órdenes. Se levantó de su cama, agarró sus 25 almohaditas, y se fue al cuarto de la tele sin chistar pidiendo con su voz ronca "un té calentito". Paso uno superado. Empezamos la semana de buen humor. Con sueño, con frío, pero de buen humor.
Partió con su papá al Jardín, mientras Tania y yo empezábamos a desayunar con los Paw Patrol de fondo. Me topé, en ese rato, con un texto lindísimo que había compartido una amiga, de la página del Taller de Madres Círculo de Seguridad. Hablaba sobre el poder sanador que tienen las palabras. Hablaba sobre contar nuestra propia historia, sobre escribirla y darle forma en papel. Sobre cómo esto que parece tan simple, puede curar tanto. Hablaba sobre contarles a nuestros hijos su propia historia. Sus caídas, sus golpes y cicatrices. Las de ellos y las nuestras. De la manera que nos salga, pero contarla.
Hay historias que vale la pena que ellos mismos las cuenten con su imaginación. Pero hay otras que está bueno darles forma, darles color, ponerles cara o lo que sea que ellos necesiten para poder entender un poco más. Para que no se cuelen entre esas grietas de incertidumbre tantos miedos que ellos no saben decir.
Me encantó lo que leí esta mañana en mi desayuno. Y también pienso que esto de escribir sana siempre.Da forma, da luz. Eso, compartido, alivia a muchísimos más.
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