Hacer hogar. Desde hace varias semanas que estas dos palabras, una atrás de la otra, están paseando por mi cabeza. Es que mi hermana se fue a vivir a otro país y me hizo
volver a pensar en el momento que nosotros nos vinimos a vivir al campo. Mucho más cerca de lo que se fue ella, pero con la misma propuesta: hacer hogar en otro lado. "Cociná, que haya olor a comida casera cuando entres", le dije ayer en mi noche de invierno, que era su tarde de verano.
Nunca nos acordamos con Nico en qué momento tomamos esa decisión. Creo que los dos lo supimos casi sin hablarlo cuando él empezó a trabajar acá. Por eso a la vuelta de nuestra luna de miel, agarramos nuestras cosas y plantamos bandera. No habían pasado ni dos semanas que yo ya tenía ganas de salir corriendo. ¿Quién me había mandado a vivir a este lugar donde el silencio, literalmente, aturdía? Había días que mi cabeza iba tan rápido y hablaba tan fuerte, que no sabía si alguien había dicho algo o había sido yo sola. Exploté. En llanto, en frustración, en miedo. Todo eso junto. "Bueno, vamos. Volvamos", me dijeron del otro lado. Yo no quería volver, pero necesitaba tiempo para empezar a hacer hogar acá, lejos de todo lo conocido.
El hogar se hace al andar. Como el camino. No es dónde lo que importa, sino cómo se hace. Aprendí, en estos años, que apropiarse de un lugar tiene que ver con tomar todo lo que viene. Lo bueno y lo malo. Los días de lluvia y los días de sol. Los de frío y los de calor. El hogar, lo que se dice hogar, se lleva adentro. No es una casa. No es un lugar. Hacer hogar es aprender a estar.
¡Buen viernes para todos! Después de horas y horas de baldazos de agua que caen desde anoche, acaba de dejar de llover por acá.
Hermoso, como siempre.
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