Cuando Tania cumplió dos meses, nos fuimos de vacaciones a la playa. En esas vacaciones, la tía de Nico le regaló un conejito verde que se lo acomodamos bien cerca de su cabeza mientras dormía. Al día siguiente hicimos lo mismo. Y al que siguió, otra vez lo mismo. Tania tiene un año y siete meses y, hasta ayer, dormía con su conejito verde desde que entraba en ese colchoncito que ven en la foto. Digo dormía porque anoche el conejo de orejas largas mágicamente desapareció. Como el de Alicia en el País de las Maravillas.
Este día se conocieron Tania y el conejo verde. |
Una vez más, como todos los días antes de mandarla a dormir, me pasé 40 minutos levantando almohadones, corriendo muebles, abriendo cajones, revolviendo el canasto de la ropa sucia, moviendo cortinas y hasta mirando entre la basura de la cocina, para encontrar al bendito conejo que nunca apareció. Esa sensación de alivio cada vez que aparecía, ayer no llegó. Ella, igual, se acostó en su cuna y se durmió como si nada hubiera pasado.
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Yo me quedé totalmente desconsolada pensando en que había perdido su conejo de dientes salidos. Su confidente de cada noche, su mimo en la cara. Y pensé, también, una vez más, que los chicos son mucho más flexibles y livianos que nosotros. Que su sueño y su tranquilidad pasaba por otro lado, mientras yo pensaba que era "gracias a su conejo verde".
¡Buen martes para la gente! Se viene una semana de lluvia, otra vez, así que a arremangarse los pantalones y dejar que corra el agua.
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