Quería dejar que pase un tiempo. Que decante un poco la información y las mil sensaciones que tuve planeando y armando este "taller", que sólo tiene nombre de taller porque hacía falta ponerlo en un flyer y nada más que por eso.Suelo escribir enseguida, cuando viene lo que tengo que decir. Cuando desde algún lado se dicta el taca taca de este teclado, cómplice y testigo de tantas cosas que ordenan mis dedos. Esta vez, esperé.
"¿De qué se va a tratar?", me preguntaban. "¿Qué vas a enseñar?", "¿Cuánto dura?" "¿Para qué sirve?". Sigo sin poder responder algunas de esas preguntas. No soy amante de los talleres literarios y tampoco soy especialista en letras (periodista, nomás), así que lo único que quise dejar en claro es que no era un taller de escritura.
No dudé en decir que sí cuando me propusieron que fuera a contar por qué escribo y cómo nació Tejiendo infancia. Tenía que contarlo. Bajé en un papel el formato, lo que podría decir, lo que quería proponer. Tenía que hacerlo. Pero con mi brutal gripe de junio, llegaron esos monstruos mentales que me hicieron olvidar que tenía que hacerlo. No podía hablar, tosía mil veces por segundo, estaba sorda de un oído. Pensaba en que me tenía que "parar" a contar algo mío, y se me retorcía el estómago. Ah, dato: me iban a pagar por estar ahí. "¿Quién va a querer pagar por escucharme?", les dije a las chicas que me habían sugerido este encuentro. Tenía miedo de no tener nada para contar.
Llegué muerta de miedo. Tanto, que temblaba. ¿Quién me había mandado a estar ahí, en plena ciudad, cuando tengo mi lugarcito en el mundo, entre mi huerta, mis perros y mi familia que adoro? No sé quién me mandó, pero bastó con entrar para empezar a sentirme bien. Se ordenaron las tripas. Empezaron a llegar, una por una, las mujeres que se habían anotado. Algunas caras conocidas, otras que venían porque alguna vez me habían leído, y otras porque les habían dicho que valía la pena. En el piso dejé partecitas de mi. Telas, colores, libros, flores, miel, fotos. Estaba tranquila con esos retazos de mi vida ahí tirados, que me vieron y me ven siempre, como soy. Solo hacía falta eso. Estar ahí y contar lo que tenía que contar. No tenía que enseñar nada. Solo tenía que compartir. Compartirme. Con eso bastó para que me sintiera tan bien. Con eso, y con ese fuego que inevitablemente se arma cuando hay un grupo de mujeres en búsqueda. Nada malo podía salir de ahí.
¡Gracias, Flo y Fa por empujarme en esta nueva iniciativa y por ser nexo de tantas historias y vidas! Por si quieren chusmear, Espacio Tertulia es un lugarcito verde y mágico en pleno Palermo. Buen lunes para todas
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TEJER MOMENTOS
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