Nunca fui fanática de los perros. Antes de ir a la casa de una amiga siempre le preguntaba si su mamá había atado al suyo. "Pero si es bueno", me decía. No me importa, prefiero que ate a su perro policía así estoy más relajada.
Cuando vivíamos en el campo había unos cuantos border collies dando vueltas por ahí. Para mi eran "de ahí", no eran nuestros. Después nos compraron a Barbas, que como se llenaba de abrojos en sus rulitos y parecía que tenía barba, se terminó llamando así. Fue la única mascota que recuerdo haber tenido de chiquita, que nos duró un tiempo largo antes de que se lo llevaran a otro lugar porque mataba animales. (O eso nos dijeron).
Después hubo dos canarios que se murieron deshidratados y un zorrino -sin bolsita- que nos trajo mi papá cuando ya vivíamos en Necochea. Me acuerdo que agarraba el papel higiénico del baño con sus patitas y enrollaba todo lo que había a su alcance. Lo más gracioso que hacía era ponerse panza abajo y bajar las escaleras como si fueran un tobogán. Una noche se escapó. No sé cuánto tiempo habrá pasado, pero cuando mi papá volvía de trabajar nos subía al auto en pijama y salíamos en busca del zorrino. Puerta a puerta. Lo encontramos en la casa de una viejita que vivía sola. Y parece que nos dio tanta lástima, que se lo dejamos a ella y cada tanto lo íbamos a buscar para que jugara en casa (esa es la versión que tengo en mi cabeza de no más de 6 años). Otra tarde mi papá llegó a casa con una pichona de liebre que también adoptamos. Esa duró menos que un suspiro. El zorrino, que esa noche vino a casa, le mordió el ojo y la mató. Chau liebre y chau zorrino. Se lo dejamos a la viejita y nunca más lo volvimos a ver.
Vuelvo a los perros. De los que nunca fui una fanática. Hasta que en abril de 2012, recién casados, nos vinimos a vivir aca. Las cosas que escribí entre mis cuadernos en esas primeras semanas viviendo en el campo son irrepetibles. No entendía en qué momento se me había ocurrido que vivir lejos de todos y de todo mi mundo, iba a ser una buena idea.Me aturdía el silencio, mi cabeza daba vueltas como remolinos sin final, los días se me hacían eternos. Cada vez que volvía de Buenos Aires se me estrujaba la panza con tanta "nada". Pasaron las semanas y una tarde llegaron Duma y Simba a casa. Fue como si ellos hubieran sido parte de los cimientos de esta casa y faltaban para completar la escena. Ese día no me di cuenta de que acá estaba mi casa. Fue más tarde, una noche, cuando volvimos de Buenos Aires y ellos dos estaban paraditos en la galería. Dejé de pensar que habernos ido "lejos de lo nuestro" había sido una mala idea.Saber que alguien nos estaba esperando lo cambió todo.
¡Buen fin de semana largo para todos! Por acá es un día soñado... Y desde ayer, tenemos a una nueva integrante en la casa, que se llama Suri y es un bombonazo!
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