En estos últimos días volví a entender que hay (casi) una sola cosa que hace falta para estar mejor. Reírse, reírse y reírse. Pero no hablo de reírse un poco. Hablo de reírse hasta que te duela la panza. O de reírse hasta que esas carcajadas se transformen en silencio porque ni siquiera podés tomar aire para seguir riéndote. Y en el medio de ese silencio, que afloren lágrimas que también se ríen.
No es que no me ría ni me sonría en la diaria, pero a veces hace falta salirse un poco del rol de todos los días para reírse un poco más. Mirar desde afuera a la madre que educa, cuida, trabaja, cocina. A la mujer que intenta cuidar cada detalle para que todos estén bien. Y reírse de ella también. De esa seriedad innecesaria que acarrea "la adultez" y la responsabilidad de tener una familia.
Me salí 4 días de todo eso y se me oxigenó todo el cuerpo. Tanto me reí que es imposible que no se haya limpiado lo de adentro. A la Vida gracias por contar con esas personas que con solo estar presentes hacen que todo pueda tomar forma de risa.
¡Buen miércoles para todos! A la lluvia, un changüí, por favor. Al viento, su presencia, que a veces molesta, y hoy hace falta como nunca. Al sol, que no se apague. Y a la primavera, ¡que no se esconda!
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TEJER MOMENTOS
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