Desde hace casi 4
años (antes debía pasar, pero no lo notaba), yo sé que el tercer domingo de octubre voy a abrir mi Facebook
y encontrar 150 imágenes de madres con sus hijos, con abuelas, con mensajes de amor
eterno e incondicional. Fotos de bebés llenos de baba, de otros saltando en la cama y abriendo regalos lagañosos. Los últimos dos años se sumó Instagram y Whatsapp a esta movida, con viñetas repetidas de Mafalda, videos graciosos y otros no tanto. Con mensajes que hablan de madres
mágicas, santas, “perfectas”, adorables, amorosas, sacrificadas. En
fin, el día de la madre es bien cursi. Ser madre es cursi. De un día para el otro empezás a usar palabras que
juraste que no ibas a usar jamás. Te encontrás mirando fotos de tus hijas
cuando ya estás acostada en la cama y habiendo rogado todo el día por un minuto de paz. O emocionada cuando ves películas que años antes no te movían un pelo.
Anoche, después de la vorágine de mensajes cibernéticos, me fui a dormir y pensé en los mil “Gracias, mamá por…”, que leí. Desde este lado, desde el lado de mamá cursi en la que me convertí, la maternidad me regaló una mejor versión de mi misma. No sé si la más linda, ni la más elegante, pero una mejor. Inevitablemente me vi obligada a hacer un curso acelerado sobre cómo poner al otro por encima de mis prioridades y aprendí que hay cosas que, de verdad, ya no son tan importantes. Que la paciencia, como siempre me dijo mi mamá, se cultiva. Pero sobre todo, si tengo que decir lo que más me enseñaron estos casi 4 años de ser mamá, es que lo único que puedo darles, además de alimento, es presencia y ejemplo. Todo lo demás queda fuera de mi alcance.
Anoche, después de la vorágine de mensajes cibernéticos, me fui a dormir y pensé en los mil “Gracias, mamá por…”, que leí. Desde este lado, desde el lado de mamá cursi en la que me convertí, la maternidad me regaló una mejor versión de mi misma. No sé si la más linda, ni la más elegante, pero una mejor. Inevitablemente me vi obligada a hacer un curso acelerado sobre cómo poner al otro por encima de mis prioridades y aprendí que hay cosas que, de verdad, ya no son tan importantes. Que la paciencia, como siempre me dijo mi mamá, se cultiva. Pero sobre todo, si tengo que decir lo que más me enseñaron estos casi 4 años de ser mamá, es que lo único que puedo darles, además de alimento, es presencia y ejemplo. Todo lo demás queda fuera de mi alcance.
¡Feliz día a
todas la mamás! Y como escribí ayer en Instagram, a las que buscan serlo, a las que lo van a ser y a las que sin
tener hijos, son las mejores madres que el Mundo podría tener.
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