Ayer saqué una conclusión. Ya la había sacado hace tiempo, pero ayer me senté y la escribí en borrador en un papel como para no olvidarme. Tiene que ver con contar.
Pienso que cuando dejás de contar los días desde que sucedieron algunas cosas (días desde que arrancaste la dieta, días desde que cortaste con tu ex, días desde que murió alguien, días desde que empezaste a trabajar, días desde que llegaste a vivir un lugar nuevo, días desde que empezaste un blog, días desde que nació nació, días que faltan para las vacaciones, días, días, días), es que hay algo que se acomodó adentro tuyo. Finalmente aprendiste que si dejás de contar las horas, los minutos, los segundos, las semanas, los meses, y hasta los años, las cosas van solas. No necesitan un cronómetro que les corra por atrás. Porque todo tiempo es relativo. Un año puede pasar volando para unos, y ser un calvario para otros. Diez días pueden ser segundos cuando estás de vacaciones; o pueden parecer seis meses si estás esperando un resultado.
Entonces sugiero dejar de contar. Dejar de contar con uno, dos, tres, cuatro. En vez, contemos historias. De las que pasan más allá del tiempo. De esas que transforman segundos de risas en recuerdos eternos. Contemos esas historias. Y si no las contamos porque no sabemos contar, al menos mirémoslas. Son esas mismas historias las que van a hacer que el tiempo, si tiene que pasar, pase. Y si tiene que detenerse, se detenga
¡Buen martes para todo el mundo! De paso, les cuento que estoy inmensamente feliz porque Tejiendo Infancia esta semana va a estar llegando a nuevos lectores!
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