(Foto de Google) |
Uno de esos mediodías descubrí al famoso Parque Lezama. Al costado de aquella plaza porteña, en medio de la monotonía gris de la ciudad, se asomaba una cúpula digna de una postal rusa. Me acerqué a la reja y traté de pispear cómo era adentro. Estaba completamente cerrada. Un 18 de mayo, muchos años más tarde, finalmente la conocí. Ahí fue donde nos casamos por la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Con algunas quemaduras camufladas en el vestido blanco que ya había usado dos meses antes en la ceremonia católica, y con un ponchito blanco en mis hombros, ese viernes lluvioso y muy frío, volvimos a dar un sí sagrado. Unos días antes nos habíamos reunido con el cura, amigo de la familia, que nos explicó la cantidad de signos y símbolos que hay dentro de la ceremonia. Elegimos a los testigos (tres hombres por cada uno de nosotros), llevamos nuestros anillos y rodeados de familia y amigos, curiosos por saber de qué se trataba esta nueva ceremonia, y nos casamos otra vez. Con cantos, caminatas, coronas, velas y telas milenarias, el 18 de mayo también va a ser un día para recordar.
Las coronas, que las sostienen los testigos por turnos durante gran parte de la ceremonia, se llaman venchaniye. |
Después de proceder a la imposición de coronas entre ambos contrayentes, la pareja de novios da tres vueltas al altar. En la mesa de consagración debe haber un evangelio, una copa de vino y una vela encendida. Estas vueltas de realizan en círculo, que simboliza la eternidad. El número, tres vueltas, representan el misterio de la Trinidad. |
¡Y, de paso, en este nuevo día frío de mayo, feliz cumple a mi hermana más pequeña! ¡Feliz cumple, Delfus!
¡Y gracias a mi amiga Bechi que sacó las fotos del gran evento ruso, y las redescubrí hace unos días!
0 comentarios :
Publicar un comentario