Es domingo y mis dedos se apuraron a escribir hoy, antes de que arranque la semana. (Las chicas también se apuraron en arrancar el día...Estamos despiertas desde las 6 de la mañana y ya parecen las 4 de la tarde).
Quizás haya algún lector del otro lado. Sino, les quedará para mañana. O para esta noche. Mila dibuja al lado mío, en enfrente de la chimenea. Y Tania, que pensé que se había dormido su siesta, balbucea desde la cuna. No sé cuánto tiempo voy a durar acá sentada con este panorama y con mi mate de testigo.
La semana pasada me escribió una amiga y me quedó una idea rebotando en la cabeza. Hoy, Día del Trabajador, creo que es el momento más indicado para sentarme a ponerla en palabras. Me contó la angustia inmensa que le dio haber encontrado todos sus apuntes de la facultad, y haberlos tirado a la basura porque ya no tenía espacio en su casa. "Trabajos prácticos, material de lectura, tesis... Todo subrayado y con anotaciones al margen que hoy ni sé qué significan. Tiré todo. Sentí que tiraba mi intelecto. Y me doy vuelta y tengo a mis tres monitos, ahí, mirándome", decía el mensaje.
Cuando me quedé embarazada de Mila, uno de los miedos más grandes que tenía, entre otros, era qué iba a pasar con mi vida profesional después de ser mamá. Cuando nació, ese fantasma se hizo inmenso. Estaba tan metida en mi mundo intentando acomodarme a esa sensación, a veces asfixiante, de tener una persona bajo mi responsabilidad, de amamantar, de enseñarle a dormir, a comer, de ser un zombi durante meses, que no entendía cómo y cuándo iba a ser posible que volviera a escribir y a trabajar. Tenía (y aún la tengo) la suerte de poder elegir mis trabajos, pero sentía que después de tener a mi hija, no iba a tener nada que decir, ni me iban a dar las neuronas para emprender algo nuevo.
Cuando Mila cumplió 10 meses, además de quedarme embarazada de Tania, me animé a tomar un trabajo por primera vez. Me sorprendí con ver lo que pasó. Me vi más grande, más segura. Las cosas salían, no tenía miedo de enfrentar un cliente, ni de defender algo propio si así me parecía. Surgieron ideas nuevas, más frescas, con menos vueltas. Me encantó mi retorno.Y como tenía menos tiempo, me volví más eficiente. Lo mejor de todo es que mi cabeza se refrescó.
Acá solía trabajar cuando Mila era chiquita. Después aprendió a trepar esa silla y se volvió imposible. |
Sé que tengo la suerte de poder trabajar y hacer lo que me gusta, y hacerlo por gusto. Mi ingreso no mueve la aguja económica de mi casa, pero sí mueve la tranquilidad mental de toda mi familia porque a mi me hace bien.
En este domingo de mayo, ¡feliz día del trabajador para todo el mundo! En especial a todas las mamás, a las que trabajan en empresas, a las que trabajan 24 horas con sus hijos, a las que trabajan desde un bar, a las que hacen malabares para dejar a sus bebés bien comidos y salir a trabajar en paz. A las que están buscando trabajo y aún no llega,a las que no se animan a volver a trabajar y a las que trabajan con sus niños prendidos a sus piernas. El tiempo que invertimos en ellos, es oro. Quizás hoy la diaria no nos lo deje ver, pero hoy le diría a mi amiga, que el intelecto, junto con el corazón, se ensanchan en esta inmensa responsabilidad de criar hijos. No creo que su intelecto se haya ido con esos apuntes de la facultad.
(Me encantó la imagen de estos dos chiquitos que vi alguna vez en Tailandia, vendiendo cosas en la calle con sus mamás, para ilustrar esta entrada)
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