Desde hace algunos meses estamos trabajando en un proyecto lindísimo con mi amiga Wonky Steverlynk. A muchas personas ya les fui contando sobre esto que se viene gestando desde hace casi dos años en mi cabeza y que, gracias al empuje de otra súper amiga (Sole Fliess), está tomando la forma que alguna vez soñé. Incluso, se está transformando en algo mucho, pero mucho más lindo de lo que pensaba. Cosas que pasan cuando una deja de esperar resultados y la Vida se acomoda solita para crear lo que es necesario más allá de uno.
"No hagas algo inmenso. Hacé algo para los que te conocemos y te queremos y después ves", me dijo Sole en septiembre pasado, mientras tomábamos mate tiradas en el pasto. Era sábado. El lunes siguiente, puse en marcha mi pequeño libro. Que no es más que aquellos textos breves que fui posteando en Facebook desde principios de 2014, hasta los primeros meses de vida de Tania, mi segunda hija. Un poco de maternidad mezclada con cotidianidad. Wonky aceptó ser la ilustradora de mis palabras. Yo sólo le pedí que los leyera y que hiciera con sus pinceles y sus biromes, lo que le brotara. Cualquier cambio, lo veríamos juntas.
Y así fue. Desde hace meses que, cuando los chicos nos lo permiten, nos sentamos a mirar papeles, a elegir dibujos, fuentes, telas antiguas que hacen de fondos,ideas. El resto, lo seguimos con mails y mensajes de whatsapp que van y vienen sin parar.
Todavía nos falta ajustar algunas tuercas, cerrar ideas y plantados, pero queda poco. Y tengo la sensación de que este va a ser el primero de muchos proyectos juntas. No por algo la Vida nos juntó a 350 km de la ciudad que nos vio crecer.
Les comparto uno de los primeros textos que escribí, allá por marzo de 2014, cuando Mila tenía 9 meses más o menos. El dibujo de arriba es la ilustración de Wonky, que acompaña estas palabras. (Confieso que sigo siendo una coleccionista de cosas mínimas. Tania tiene 15 meses y es peor que Mila con las cosas que se mete en la boca. El alimento de los perros se convirtió en su snack preferido y ¡ni qué hablar del de las gallinas y el de las ovejas!)
Me convertí en coleccionista de cosas diminutas. Ayer saqué del bolsillo de mi pantalón, una piedra, dos monedas de 10 centavos, una de un peso, una polilla muerta (¿?) y un alfiler. Es que desde hace unos meses sólo tengo una preocupación: que Mila no
se trague nada del piso. Y como es especialista en encontrar esas moscas muertas que quedaron caídas después de un ataque de Raid a la hora de la siesta y en encontrar pedazos de la comida de los perros (aunque me empeñe en esconderlos), ya tengo el ejercicio de llegar a un lugar, mirar el piso y saber exactamente qué va a encontrar en
esa vuelta. Ni qué hablar de las etiquetas con precios ni del papel del diario. Los arranca, los hace chiquititos y se los come así, de un saque. Simpática manera de conocer el mundo, la que tienen los bebés. A través del gusto. Quizás ya estén aprendiendo que
la vida tiene que ver, justamente, con eso: con sentirle el sabor a las cosas mínimas.
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