Una familia numerosa








Llegó demasiado rápido el día en que no iba a querer escribir, ni contar ni decir. Cada vez que empecé un blog (este es el tercero y en el más entradas logré tener), llegaba un momento en que, descreída de mis propias palabras y absorta en el día a día, dejé de darme este espacio para poner algunas líneas en la pantalla.


Hoy, en vez, me dije a mi misma lo que suelo decirle a mis amigos. "Escribí cuando menos tengas ganas de escribir". Es un día de esos. Tania balbucea desde su cuna y Mila va y viene con su bicicleta. Con tal de que me diera este ratito, le abrí todas las puertas de casa y la dejé que anduviera adentro. 




Porque hoy les quería presentar a una familia que vive hace varios meses en mi casa. Son 12 gallinas. Los que me conocen se ríen porque no pueden creer el rumbo que tomó mi vida. El marido de mi mamá me decía, cuando era chiquita, que yo me iba a tener que casar con un kiosquero, porque no iba a poder ser feliz sin tener un chocolate en la esquina. No sólo no me casé con uno, sino que el kiosco más cerca lo tengo a casi 10 km de distancia. Así que, en vez de tener chocolates a mano, mi marido me propuso un día que tengamos gallinas a unos metros de casa.

Tengo el NO muy rápido y el muy fácil. Así que, en noviembre pasado, después de haber cercado un gallinero viejo, llegaron a casa 6 gallinas casi contra mi voluntad. No me pregunten qué fue lo que me pasó, pero me enamoré perdidamente de los bichos. Me levantaba todas las mañanas con las chicas e íbamos directo al gallinero a ver si había algún huevo nuevo. Entraban, las corrían, levantaban la paja de los nidos y llevaban los huevos a casa. Yo pasaba a cada rato, disimuladamente, para ver si había algún huevo nuevo.Ya me había pasado algo muy similar con la huerta: eso de pasar a cada hora para ver si algún brote se había transformado en algo nuevo.


Una noche de diciembre me levanté a los gritos diciéndole a Nico que los perros se habían comido a las gallinas. Estaba completamente obsesionada con estos personajes. A la mañana siguiente, todo seguía en orden. Ellas, comiendo la fruta que les íbamos dejando con las chicas y poniendo huevos que iban llenando nuestra heladera. Pero una tarde de diciembre, en un momento que decidí ir a mirar nuevamente si había algo nuevo bajo el sol, me encontré con la misma escena que había soñado unos días antes. Nuestra cachorra, de casi un año, con una gallina en la boca. Y las demás, tiradas a pocos metros de distancia.


No sé qué dolor me vino al cuerpo en ese momento, pero me enojé tanto y le pegué tan fuerte a la perra que me salieron moretones en las manos. Por suerte las chicas no estaban conmigo porque hubieran visto a su mamá totalmente fuera de sí (y no es que no la hubieran visto antes, jajaj, pero nunca así).




La primera cosecha de seis huevos al día la usé para cocinar unos panqueques que están congelados en mi freezer

Ese día, mis amigas me habían venido a visitar al campo. Volví del gallinero, con los ojos vidriosos, con la bronca a flor de piel y les empecé a contar lo que me había pasado. A describir la escena del crimen, mi sueño días antes, la ilusión de buscar todos los días los huevos con las chiquitas. Y mientras les contaba, me puse a llorar desconsoladamente. Y de a ratos me reía porque me di cuenta que mis oyentes me miraban con cara de "¿estás llorando por unas gallinas?". No sé por qué lloré tanto ese 6 de diciembre. Ni siquiera sé si quería tanto a las gallinas. Pero lo que sí entendí en ese momento es que me había apropiado, después de tantos años, de este lugar.


(Unas semanas más tarde, después de asegurarnos que al gallinero no iban a poder entrar los perros, compramos unas cuantas gallinas más que hoy, 9 de marzo, nos regalan 8 huevos al día).






1 comentarios :

  1. Como en el teatro. Apareciste hecha una furia por la galería, gritándole a la perra desbocada. Y tus invitados presentes (nosotros) incómodos sin entender qué corno pasaba, mientras la perra llena de culpa se escondía para escaparte. En ello te sentaste vencida y mientras te mirabas las manos rojas, relataste cómo la habías encontrado con el botín entre las fauces y el gallinero desplumado y el agujero que en el alambre que evidenciaba a los maleantes caninos que habían arrasado con el motín de gallinas, unas ya muertas y otras apenas con vida, más allá que acá.
    Los visitantes, tres parejas con más asfalto que otra cosa te escuchábamos un poco esperando, sin entender y tratando de empatizar con eso que resultaba gracioso pero ante tanta congoja tuya no habilitaba ni media sonrisa. Como el Señor de la casa no estaba, los dos hombres presentes se fueron a revisar la escena del crimen y las mujeres nos quedamos como siempre revisando y recontando de atrás para acá la escena, lo premonitorio de tu sueño que anticipaba y tus manos que cambiaban de color. Estabas tan enfrascada en el relato y tanta bronca y tanto sueño roto y el momento de la mañana que ya no iba a ser más, no con esas gallinas que venían siendo y tanta pluma en cualquier lugar que Luchi te dijo vas a llorar y si… voy a llorar es que no puedo creer y empezaste a llorar y entre lágrimas decías es que ya tenían nombre y era tan lindo programa con las chicas a la mañana y las lágrimas dejaron lugar a la risa y nos mirabas y te reías todo junto y nos reímos todas y tan lindo verte. Porque de verdad lo que veíamos era a nuestra amiga haciendo verde y haciendo patria de esa tierra y haciendo hogar y cuidando el rancho. Es que es tan lindo verte haciendo tu hogar en el verde Victoria. Y qué suerte poder llorar por las gallinas y reírte después. Demás está decir que salvaste de la muerte a la gallina que había quedado a medio camino y hoy está poniendo huevos, con sus nuevas compañeras de rancho.

    ResponderEliminar

 

POR QUÉ ESCRIBO

POR QUÉ ESCRIBO
Porque hace bien al Alma. Porque sana. Porque me ayuda a no olvidar. Porque me ayuda a recordar. Porque a veces la gente no encuentra el orden exacto de las palabras y yo sí. Porque no siempre sé decir en voz alta. Porque me deja volar un rato y salirme del día a día. Porque algún día mis hijas van a aprender a leer. Y otro día, a escribir. Y van a ser ellas las voces detrás de este teclado y los ojos que van a mirar lo que yo algún día vi.

DETRÁS DEL LENTE

DETRÁS DEL LENTE
Todas las fotos que ven en mi blog las saco yo. Muchas las saqué con mi Cannon G10, máquina que amé y sigo amando, pero ¡ya llegó a su máximo de cliks! Me acompañó desde 2009 hasta el año pasado, que pidió un cambio. Viajó por Tailandia y por Chile; disfrutó de los mejores veranos en la playa en familia; fue testigo de nuestros miles de kilómetros en moto; nos acompañó bajando montañas de nieve; pudo ver cómo nuestra vida en el campo se fue transformando día a día; vio crecer a nuestros perros; retrató las primeras sonrisas de mis hijas. En 2015 pidió un cambio así que, por esas cosas que tiene el azar, Tere, mi íntima amiga, me vendió su Nikon 3500. Todavía no le tengo el aprecio que le tuve a la Cannon (siempre recomendaría esta máquina porque es semi profesional. Me sirvió mucho para vender fotos en las notas que me han publicado). Las demás fotos las saco (y saqué) con el Iphone 6.

ALGO DE MI

ALGO DE MI
Soy una mezcla de todo. Fui charlista de cenáculos, atleta federada, secretaria ejecutiva. Recorrí más de 5.000 kilómetros en moto por el mundo y saqué cientos de fotos desde el asiento de atrás. Caminé con górilas en Ruanda y fui pasante en Para Tí. Viví algunos días en el monte formoseño y otros tanto, en la clínica La Prairie. Soy periodista de profesión, y comunicadora, de vocación. Leí la saga completa de Harry Potter y nunca entendí a Cortázar. Tengo una huerta en mi casa y me gusta cocinar. Soy amiga, esposa, hija, hermana y madre dos niñas que me dieron vuelta el mundo. Tengo 34 años y sigo usando All Stars.