Hace poco menos de tres años, después de algunas vueltas, arranqué con mi huerta. Cada vez que decía que vivía en el campo, la pregunta obligada era si tenía una. Y la respuesta obligada era: no, todavía. Estaba embarazada de Mila y no me daba ni la cabeza, ni las ganas, ni la fuerza para empezar a hacerlo.
Unos meses antes, habían estado en el campo mi primo español, Jaime Cárdenas y su mujer, Caro, los dos fanáticos de la agricultura orgánica y de todo lo que tuviera que ver con las huertas. Recorrimos el parque, elegimos el lugar y quedamos en que, cuando el tiempo y las ganas lo dispusieran, iba a arrancar con el famoso "huerto", como le dicen en España.
El tiempo y las ganas llegaron casi un año más tarde. En un metro cuadrado tirado por el jardín, empezaron a asomar las primeras acelgas y algunos zapallitos rebeldes. De a poco creció la rúcula, y algunas albahacas también. El problema era que Mila empezó a gatear y cada cultivo me duraba algunas horas en vida. Cercamos la huerta, entonces. Y de un metro cuadrado pasamos a unos cuantos metros más. Al principio me asusté porque no sabía cómo iba a llenar tantos espacios y cómo me iba a dar el tiempo para ir cuidando todo. Un día creció el brócoli, y empecé a tener berenjenas, y a regalar tomates, zapallos, ajos y morrones. Me empecé a comprar libros, a hacer mis propias semillas y emocionarme con cada brote y con cada nuevo plato que podía llevar a la mesa. Ni qué hablar de cuando llegábamos de Buenos Aires con la heladera vacía y me daba el gusto de poder armar una tarta con lo que había crecido ahí afuera.
La huerta pasó a ser mi tercera hija. De las cosas más lindas que me da tenerla, es ver cómo las chicas me imitan trabajando con la tierra y enseguida reconocen cada verdura que ven. Y de las cosas que más de desilusionan es volver de algún viaje y ver cómo la lluvia y el sol no sólo dejaron sus frutos, sino que se encargaron de llenarla de yuyos porque soy yo la única encargada de cuidarla. Digo de cuidarla porque de que las cosas crezcan, se encarga Otro. Y ese es el aprendizaje más profundo que me ha dado este proyecto: que no puedo controlar absolutamente nada. Que las cosas crecen cuando y como tienen que crecer. Que lo que no crece, es porque no tenía que hacerlo o porque no era el momento. Por eso siempre digo que la huerta es mi tercera hija. Porque, como con ellas, sólo puedo dedicarme a cuidarlas. De lo demás, se encarga Otro.
(Siempre me preguntan qué libro uso o cómo fui aprendiendo. Martín, el ingeniero que trabaja con mi marido acá en el campo, me ha enseñado mucho. Youtube, otro poco. Hoy, una de mis "biblias" es el libro de Clara Billoch, "Huerta y Cocina". Impecable, simple y completo)
Lindisimo Vicky! Gracias por compartir estas historias, estos pensamientos... Estos tejidos.
ResponderEliminarBeso!
Que lindo Vic!! Que continúe la cosecha y que llegue a casa!!
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