Hoy tenía pensado amanecer las 6.45, como todos los lunes. Despertarla a Mila (si es que ella no me despertaba antes a mi), tomar el desayuno juntas, cambiarla, llevarla al Jardín. Tenía planeado despedir a mi amigas del Alma, que me vinieron a visitar este fin de semana porque sabían que estaba sola. Iba a volver, tomar otro café con leche, llenarla de besos a Tania y escribir sobre ellas. Sobre la Bendición de tener amigas que te conocen desde los 7 años y que vienen, después de meses de no vernos y sentir que el tiempo no pasa. A pesar de las canas, de la ley de gravedad, de los novios y ex novios, de las historias truncas y de las que parecieron truncas y tuvieron final feliz. Hay algo que permanece intacto.
Pensaba trabajar en la huerta, mandar unas notas pendientes, hacer pagos por Internet. Volver a subirme a la camioneta, buscarla a Mila en el Jardín, comprarle el juguito de cada medio día y almorzar. Tenía planeado jugar en el arenero, saltar en la colchoneta y darle de comer a las gallinas.
Todo eso pensaba anoche. Antes de que a Mila la agarrara fiebre y empezara a vomitar. Y tomara agua, y vomitara otra vez. Y se durmiera y se levantara y vomitara otra vez. Se hicieron las 4 de la mañana y nosotras íbamos y veníamos al baño. Y cambiábamos pijamas, y sacábamos remeras, y poníamos calzas nuevas, y los repasadores se acababan. En el cuarto de al lado, mientras tanto, Tania pedía agua a cada rato. Y yo respiraba una y otra vez. Salía de la cama, buscaba aguas, pasaba trapos. Afuera, los perros toreaban a los caballos que desde hace días están sueltos y no sabemos adónde se esconden. Cosas que pasan "justo" cuando una está sola.
Entonces,los planes se desbaratan como cada vez que un hijo se enferma. El mundo, literalmente, se detiene. Y no hay nada que importe más que esos ojos caídos que te dicen entre chupetes y almohadas "mamá, me huele la panshita". Y querés que te pasen en dolor de panza a vos; y que sus ojos se abran más y te digan que quieren ir a jugar, y que tienen hambre. Que el termómetro baje a 36 y que empiece a transpirar de un minuto a otro. Estos días son los que, más que nunca, agradezco el tener salud. Y más allá de la angustia de verlos con dolor, siempre intento repetirme a mi misma: que ya va a pasar y que ya tendremos tiempo de mandar notas, y pagar bancos, y jugar en el arenero.
Hace unos días, ella misma jugaba con su muñeca y decía que estaba enferma y que la estaba cuidando. |
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