Hoy fue uno de esos días que me dí a mi misma el consejo que le doy a mi amigos: si no querés escribir, escribí. No quería escribir nada. En vez, me fui a la huerta. Saqué yuyos, sembré, moví la tierra, agarré sapos, encontré lombrices, descubrí que debajo de los caminos que armé, hay mucha más vida de la que pensaba.
Entonces volví a casa. Y decidí escribir algo. Porque mientras trabajaba en la tierra, me vino un recuerdo a la mente. Fue en septiembre de 2012. Hace pocas semanas que estaba embarazada de Mila. Y desde hace varios meses venía con una crisis vocacional importante. No sé si la llamaría crisis, sino búsqueda de un cambio. Seguía trabajando como periodista freelance y haciendo muchas notas de modo automático. Quería encontrar algo que me apasionara en mi profesión. O dicho de otra manera, que mi profesión fuera un medio para hacer algo distinto. Que no fueran simples palabras puestas en un papel que nadie leía.
Me anoté en un curso de creatividad con una señora que se llama Silke. Quizás algunos la conozcan. Y durante tres días, allá íbamos: Vicky, sus mil dudas, y su bebé de tres semanas en la panza. Para ser sincera no me acuerdo mucho del taller. Lo que no me olvido más fueron las palabras de un chico que no tenía más de 30 años y acababa de dejar su trabajo para empezar a escribir. Eso fue lo que dijo cuando nos presentamos en ronda. En ese círculo, además de contar estaba bloqueada a "creativamente", les comenté que estaba esperando a mi primer hijo.
Más tarde, en uno de los recreos, se me acercó este chico, el que acababa de dejar su trabajo para hacer lo que más le gustaba, y casi como tiradas a la marchanta, me dijo estas palabras, señalándome la panza: "Quizás, el mejor acto creativo es el que te está por suceder ahí adentro". Este viernes de sol, brindo porque estas palabras me volvieron desde algún lado. Y más que nada, porque hoy cumple años el otro responsable de estas dos niñas que, sin duda, fueron nuestra mejor creación. ¡Chin, chin!
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