El viernes pasado amaneció lloviendo (hoy también, pero me interesa contarles la historia del viernes pasado). Yo ya sabía que iba a
llover porque desde que vivimos acá, y más desde que tengo mi huerta, chequeo
el clima como si fuera ingeniera agrónoma. Ahora, además, lo miro más que nunca para saber si tengo que salir un rato antes a dejarla a Mila en el Jardín. O si esa mañana lo va a hacer Nico.
Hace tiempo tuve que amigarme con el barro. No me quedó opción. Otra que los sapos y las arañas. Porque hay momentos en los que tengo que salir sí o sí de casa y no siempre está él para manejar. Cada vez que llueve y vamos juntos me va narrando qué es lo que hay que hacer y qué es lo que no hay que hacer en el barro. Que la huella, que el pasto, que no frene, que vaya bien despacio, que marcha atrás, que marcha adelante, que si llueve fuerte, que si llueve despacio.
Bueno, el viernes pasado, agradecí haberlo escuchado las 150 veces que me habló sobre cómo manejar los días de lluvia. Pero confieso que sus lecciones casi siempre iban antecedidas por un "quedate tranquila que cuando hay huella, ponés la doble y entrás sola". El tema es que nunca me explicó qué pasa cuando después de cuatro horas de agua que cae sin parar, tenés que buscarla a tu hija en el Jardín -que sale con hambre- y entrar por un camino por el que no pasó absolutamente nadie (y si pasó, los indicios quedaron totalmente borrados).
A la primera curva, banquinazo. Y Mila que desde atrás me decía: "¿Y ahora qué, mamá? ¿Nos quedamos atrapadas?". Salí sabiendo que cualquier cosa me podían rescatar desde el campo así que apagué la camioneta, hice un llamado y nos quedamos esperando ayuda. Hasta que me acordé del marcha atrás, marcha adelante…Prendí la chata y me animé a probar. Adelante, atrás, adelante, atrás. ¡Salimos! "¡¡¡Bien mamá!!!", me arengaban desde el asiento de atrás.
Anduvimos casi 8 kilómetros en un barro jabonoso que a cada rato amenazaba con mandarnos a la banquina al grito de "¡otra vez, no!". Y sin saber cómo, llegamos a casa. Con barro hasta la nuca, con una contractura que me dejó la pierna derecha completamente dura y con una satisfacción casi similar al día que saqué registro.
Cuando llegué a casa pensé en lo fácil que es andar cuando la huella ya está marcada. Uno pone las ruedas y va. Casi por inercia. Forjar la propia huella es la cuestión. Marcar un rumbo para los que vienen detrás. Banquinear, resbalar, caer, marcha atrás, marcha adelante. Volver a arrancar. Para llegar a destino en un tiempo que, pensabas, iba a ser menor. Pero llegaste al fin. Y lo hiciste con otro aire porque abriste un nuevo camino. Y eso de abrir huella, hace que el tiempo haya valido la pena. Porque otros van a tardar menos en
llegar.
llegar.
Soñado!!!!!! Más lindo de lo que me lo acordaba 🥰
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